Por: Dr. Victor
Manuel Alvarado Hernández
“EL QUE me hurta mi buen nombre, me roba aquello que a él no lo
enriquece y a mí de veras me empobrece.” Así habla uno de los personajes en
la famosa obra de Shakespeare Otelo, el moro de Venecia.
Cuando se menciona el
nombre de usted, ¿qué surge en la mente del oyente? Bueno, en realidad eso
depende de lo que usted es como persona, ¿no es cierto? Esto nos lleva al uso
de la palabra “nombre”... la reputación o reconocimiento que uno tiene socialmente. Si alguien tiene un
“buen nombre” en la comunidad, se le considera justo y honrado y que se atiene
a buenas normas de moralidad. Aunque usted no pudo elegir el apelativo que
recibió al nacer, lo que otros piensen realmente depende de usted. Al respecto,
uno de los libros más antiguos: la Biblia, señala lo siguiente: “Ha de
escogerse un [buen] nombre más bien que riquezas abundantes.” (Pro. 22:1) Ha de
identificarse el nombre por lo que la persona posee en su interior y no por
aquel aspecto material que lo rodea. Lo cual implica a través de los actos, un
reconocimiento en el espacio social.
El nombre de uno pudiera
asemejarse a su rostro... aquello por lo cual se le conoce a uno. Pero, ¿qué es
lo que hace que un nombre sea reconocido? Es la persona que lleva ese nombre.
Cualquier cualidad que el nombre tenga se la da el dueño por lo que es, la vida
que lleva y las cosas que sostiene. Un nombre, es decir, una reputación, por lo
tanto es algo valioso por la forma en que se ha construido a lo largo de la
vida (SCHUTZ,
1993).
Su fundamento puede obedecerse a diversas razones: principios morales establecidos desde
una formación basada en la creencia social o religiosa, en sus propósitos claramente constituidos por
el individuo en relación a su vida presente o futura, y por supuesto, su
posición en el campo de acción social por el capital que éste posee (BOURDIEU,
2000). Por lo anterior, el hombre busca
cuidar un capital muy valioso en
su nombre: su posición en el espacio social. El motor que lo impulsa es la necesidad
de reconocimiento. Entonces, el
perder un buen nombre no solo consiste en descuidar los principios que lo
sustentan. Es perder su reconocimiento, posición y valor social (BERGER, 1999).
Proteger el nombre de las posibles amenazas, es una razón de ser para una
cantidad considerable de personas.
Reconociendo el valor
de un nombre, diversas naciones han promulgado leyes para proteger la
reputación de las personas contra calumnia maliciosa (difamación oral) y
libelo (difamación escrita). Al proceder así sus gobiernos solo
están siguiendo el modelo que estableció el primer libro impreso de la
historia. Aspecto que podemos identificar en uno de sus versículos.
Específicamente en el apartado de Éxodo, capítulo 20 y en el versículo 16,
señala el noveno de los Diez Mandamientos: “No darás evidencia falsa
contra tu prójimo.” Bajo esa ley, se castigaba a los israelitas que hacían
aquello con el mismo castigo que habían intentado acarrearle a la otra persona
por su falso testimonio. Situación que se aclara en el libro Deuteronómio
19:16-21.[1]
Y que hoy en día se sigue aplicando por los gobiernos en turno.
¿Dónde se inicia la
articulación del proceso moral del ser humano y su nombre? En el documento ya
citado, encontramos otra respuesta. En el libro de Génesis : Al primer hombre
que vivió sobre la Tierra se le llamó Adán, que significa “hombre terrestre” o
“humanidad.” Desde entonces, toda persona ha tenido un nombre y casi todos
éstos han tenido algún significado. Hoy, muchos de los nombres que los padres
dan a sus hijos vienen del hebreo, griego, latín o de las lenguas teutónicas.
(La lengua anglosajona esta estrechamente relacionada con la teutónica) [Gen.
3:17 Traducción del nuevo mundo, 1987]
En tiempos primitivos,
se atribuía gran importancia al significado de los nombres. Aunque al nacer un
niño los padres o algún pariente cercano le imponía un nombre, éste a menudo se
cambiaba años después, o se le añadía un nombre que describía más vívidamente
alguna característica de la persona (BOURDIEU, 2003).
Uso
de sobrenombres
Como era de esperarse,
el aumento en la población hizo cada vez más difícil el identificar a las
personas que llevaban el mismo nombre. Por eso se empezaron a usar
sobrenombres. Estos también se conocían como apodos (aunque no todo apodo es un
sobrenombre). De acuerdo con la Encyclopaedia Britannica, los
sobrenombres pueden dividirse en cinco diferentes clasificaciones: Los que
(1) describen el físico de la persona; (2) son el registro de algún
incidente o experiencia en la vida de la persona; (3) identifican al
individuo por su relación con otra persona, por lo general su padre;
(4) dan el lugar de residencia de la persona; (5) revelan su
ocupación o profesión.
¿Eran prácticos tales
nombres? Bueno, considere el caso de una comunidad en la que muchos tuvieran el
nombre “Juan.” ¿Cómo había de distinguirse al uno del otro? Tal vez un “Juan”
tenía cabello moreno y el otro de color rojo. ¿Qué mejor manera de
distinguirlos que el llamar al uno “Juan el Moreno” y al otro “Juan el Rojo”? Puede
que otro “Juan” haya sido carpintero. ¿Cómo se le llamaba a éste? Probablemente
“Juan el Carpintero.”
Apellidos
Muchos de estos
sobrenombres llegaron a formar parte permanente del nombre, de modo que se
convirtieron en nombres de familia o apellidos. De hecho, se cree que los
primeros en utilizar nombres de familia fueron los chinos. Los romanos también
utilizaron cierta clase de apellidos, pero el uso de éstos desapareció
gradualmente con la decadencia del Imperio Romano, y volvió a ser la costumbre
usar un solo nombre (POLAK, 1973).
No fue sino hasta
alrededor de 1200 E.C. que los apellidos volvieron a usarse
corrientemente. Esto se debió en parte a que la población continuó aumentando y
se hizo necesario llevar registros específicos. Poco a poco los sobrenombres se
convirtieron en apellidos. Por ejemplo, Juan el Moreno se convirtió en Juan
Moreno; Enrique, hijo de Fernando, llegó a ser Enrique Fernández; Juan cerca
del río se convirtió en Juan del Río y así sucesivamente. (Whatch Tower Bible and Tract Society, 1982)
Pero, al principio estos nombres de familia no
eran hereditarios. Por ejemplo, si Enrique Fernández tenía un hijo llamado
Carlos, éste no llegaba a ser automáticamente Carlos Fernández. Más bien, es
probable que lo identificaran por una de las cinco clasificaciones antes
mencionadas. Si él se hacía hábil en la herrería, puede que se le haya llegado
a conocer por el nombre de Carlos Herrera (BOURDIEU, 2003).
Al principio, los de la nobleza eran los únicos que
pasaban el apellido de una generación a otra como una especie de orgullo de
familia. Sin embargo, con el tiempo, la práctica se hizo cada vez más popular,
a medida que la gente común adoptó la costumbre. Para fines de la Edad Media,
esta práctica se generalizó en muchos países, especialmente en el mundo
occidental, y hoy se usa libremente en la mayoría de los países.
El nombre y su reconocimiento.
Algunos autores como Berger
y Luckmann y Pierre Bourdieu, plantean
que uno de los aspectos fundamentales en la vida de todo ser humano se encuentra
en su reconocimiento social. Desde la
perspectiva de ellos, éste es uno de sus motores de vida. No es gratuito que en
el libro bíblico de Eclesiastés encontremos un versículo que para algunos
lectores pueda parecer como una declaración muy extraña: “Más vale buen nombre
que aceite perfumado, y el día de la muerte que el día del nacimiento.” Esta
declaración nos permite hacer un rastreo interesante sobre el nombre y su
reconocimiento. ¿Cómo puede la muerte ser mejor que la vida? Pensemos. Si a
usted se le permitiera escoger, ¿no preferiría estar empezando su vida a estar
llegando al fin de ella? Piense por ejemplo en un profesionista. ¿Es más
relevante el día en que se titula o el día en que ha de recolectar los frutos de su quehacer
profesional? Y que decir de un académico ¿Es más importante el día que se
inaugura como docente o el día de su jubilación? Por supuesto ello depende de
como se ha construido dicho nombre (BOURDIEU, 1991).
La expresión muerte en
este caso, evoca la idea de un ciclo que se termina y del que hay que rendir
cuentas. La estimación de un nombre tiene sentido cuando se cuenta con
información que avala el juicio que se emitirá sobre él. Aspecto que se logra
cuando se llega al término de un proceso. Por ello, entre mayores elementos cuantitativos
y cualitativos se obtengan para la valoración de un nombre, mayor peso o
fundamento se hallará en su dictamen final. (TORANZOS. 2000)
Volvamos a leer este
versículo, junto con los versículos que lo siguen:
“Más vale buen
nombre que aceite perfumado, y el día de la muerte que el día del nacimiento.
Mejor es ir a una casa en duelo que a una casa en fiesta, porque aquél es el
fin de todos los hombres, y el que vive reflexiona. Mejor es la tristeza que la
risa, porque la tristeza del rostro sienta bien al corazón. El corazón de los
sabios está en la casa del duelo y el corazón de los insensatos en la casa de
la alegría. Es mejor oír la reprensión del sabio, que escuchar el canto de los
necios. Porque como el chisporrotear de los espinos bajo la caldera así es la
risa del necio. Y esto es también vanidad.”—Ecl. 7:1-6, “Editorial Regina.”
¿Aclara
esto la declaración extraña de que más vale el día de su muerte que el día de
su nacimiento? Lo aclara si usted está enterado del contexto o marco de circunstancias
para esas palabras. Tienen que ver con una costumbre del antiguo Israel. Cuando
una familia perdía en la muerte a una persona amada, la morada de la familia se
convertía en una casa en duelo. Se acostumbraba que los amigos y vecinos
vinieran a dar el pésame a la familia. El pensamiento que más consuelo podía
impartir sería el de que el día de la muerte de esta persona amada sería mejor
que el día de su nacimiento... si se había hecho un
buen nombre ante Dios. En el Israel de la
antigüedad, un hombre pudiera razonar que tenía el resto de su vida natural en
el cual hacerse un buen nombre ante Dios. Un pensamiento humano como este, hoy
en día es peligroso debido a que ignora la importancia del actuar presente que requiere
conocimiento y capitalización de hechos que redunden en un bien de su
comunidad. ¿Cómo se logra? Sin duda, estableciendo un proceso consciente de las
pautas a seguir en la sociedad a la cual pertenece y con la cual se identifica.
El nombre se construye y se verifica en las concordancias de pensamiento y
acción en una entidad, contexto, nación o pueblo. Donde Incluso el significado del nombre,
tiene que cuidarse. (BOURDIEU, 1998)
Un
ejemplo de los más impactantes, se encuentra en la Biblia. En este documento,
el nombre más relevante es YAVE o Jehová, el Dios del antiguo Israel o del
actual “Israel espiritual.” Su nombre significa “Él Causa Que Llegue a Ser.”
Manifestándose como con un propósito: Que lleva a cabo su voluntad y cumple sin
falta sus promesas. (Whatch Tower Bible and Tract Society, 1982) Su nombre es
tan importante que aparece en las Escrituras Hebreas 6.961 veces. De
hecho, se le identifica por ese nombre más que por todos los otros términos
juntos... términos como Señor, Dios, Altísimo, etcétera. Los pseudónimos o
apelativos sólo acompañan a la designación más real de una persona: Su nombre.
A
manera de conclusión. El nombre es una construcción social que inicia en la
formación de la persona. Su fundamento inicial son los principios morales y la
clarificación de sus prioridades establecidas en propósitos de vida. El nombre,
es el reconocimiento de los actos de una persona en el campo de acción social, la representación de un modelo o imagen a
seguir por otros en su comunidad. Es la expresión dinámica del acto que
repercute en el espacio social por la presencia misma. En términos de Cesar
Coll lo
relevante de estar en un lugar, es la notoria presencia de esa persona en el
mismo. El nombre tiene vida porque el ser humano se expresa y se hace
presente en la historia.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
BERGER, Peter. (1999) EL Dosel sagrado. Para una teoría sociológica de la religión.
Barcelona. Kairos. 3ª. Ed.
|
BOURDIEU,
Pierre.
(2000)
Capital cultural, escuela y espacio social. México, siglo XXI
(1990)
Sociología y Cultura. México, Grijalbo.
(1998)
El sentido práctico. Argentina.
(2002 3ª. Ed.) Razones Prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona,
ANAGRAMA.
BOURDIEU,
p. y Jean Claude Passseron.
(1991) La
distinción. Criterios y bases sociales del gusto. México, Taurus
(1996) La
reproducción. México. 2ª. Ed. Fontamara.
(2003) LOS HEREDEROS. Los estudiantes y la Cultura.
1ª. Ed. Buenos Aires, Argentina.
Siglo XXI, (1964, Ed. Minuit, Francia)
ENCYCLOPEDIA BRITANICA.
Tipología de los nombres. [En línea]
[consultado el 14 de mayo de 2012] disponible en: http://www.britannica.com/
SHAKESPEARE,
William. Otelo. Ed. Errepar, 2006.
POLAK,
Frederik Lodewijk (1973) Image of the future. Amsterdam: Elservier Scientific 319p.
SCHUTZ,
Alfred. (1993) La construcción significativa del mundo social. Barcelona, Esp. Ed.
Paidos.
TORANZOS, Lidia V. y Lidia Elola (2000) Evaluación educativa una aproximación conceptual. Buenos Aires.
Arg.
Whatch Tower Bible and Tract Society. Traducción
del nuevo mundo de las Santas escrituras. Brooklyn, New York, U.S.A. 1987
Whach Tower Bible and Tract Society. Un buen nombre…Revista
Atalaya 15 de nov. De 1971 Brooklyn,
New York, U.S.A.
Whatch Tower Bible and Tract Society. ¿Que encierra un nombre?
Revista. Despertad 22
junio de 1982 Brooklyn, New York, U.S.A.
Whatch Tower Bible and Tract Society. Hágase un buen nombre… Revista Atalaya 1º. Julio de 1981. Brooklyn,
New York, U.S.A.
[1] Una
interpretación de este pasaje en Deuteronomio es: Cuando una persona hace una
declaración contra otra persona, el acusador y el acusado deben presentarse
frente al juez, quien escudriña (examina) cuidadosamente el asunto. Si la
declaración llega a ser falsa, entonces el acusador es declarado culpable de
calumnia o libelo.
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